Río Vero, un paseo entre cielo y piedra
por Pedro Solana
Bienvenidos al 75 aniversario de nuestro club MAB. Ya ha comenzado el año clave y las distintas secciones se reúnen para continuar y a la vez celebrar un cumpleaños tan señalado de la mejor manera que sabemos, es decir, saliendo juntos al monte.
La primera salida senderista de adultos no ha defraudado en cuanto a participación ya que 35 marchadores no está nada mal y es que la ocasión lo merecía.
Caminar entre poblaciones tan emblemáticas de esta sierra de Guara o del incomparable río Vero como son Lecina, Betorz o Almazorre te hacen sentir como hundido en las raíces y paisajes del Biello Sobrarbe.
Entre las 8’30 y las 13’30 del domingo 28 de enero pudimos saborear el paseo por unos senderos muy bien conservados, flanqueados por muretes de piedra seca en perfecto estado y siempre a la sombra de quejigos, carrascas, pinos o sabinas y algún roble gigantesco. Las temperaturas a primeras horas de la mañana no eran demasiado bajas y pronto nos invitaron a guardar la ropa de abrigo acabando la mayoría de montañeros en mangas de camisa o camiseta.
Las tres poblaciones se nos mostraron muy cuidadas apreciando las terrazas solaneras de unas casas bien orientadas al este y con hermosos balcones y ventanales enmarcados por gruesos sillares a modo de jambas y dinteles. La piedra, bajo el cielo azul se convierte en materia universal que todo lo abarca igual para vivir el día a día de las casas solariegas que para deslindar sus fincas con muros y taludes entre los que el empedrado sendero hacía correr la economía de montaña en un sector agrícola que era el único y tradicional medio de vida de nuestros antepasados.
El río Vero suele estar seco desde su nacimiento en Pueyo de Morcat hasta las fuentes de Lecina pero gracias a recientes lluvias nos hizo saltar de piedra en piedra al cruzarlo antes de llegar al Molino de Almazorre.
Una construcción singular y bien conservada que nos cuenta y da testimonio de aquella primitiva industria movida por el agua procurando riqueza en la molienda de trigos y olivas que se convertían en harinas y aceites a la vez que sirviendo de horno cerámico o tejería siempre al servicio de la construcción de viviendas en las que sin embargo abundan las losas de piedra, siempre la piedra, en sus tejados.
Mezclando todos estos elementos y en medio de una naturaleza exuberante llegamos a apreciar las esencias más genuinas de un Sobrarbe que brilla por sí mismo a pesar del declive que propició su despoblación en los años sesenta del pasado siglo.
Es una joya, es nuestra joya y debemos guardarlo para ser disfrute de generaciones venideras.
Desde luego, no hay nada como caminar por un bosque que tan sabiamente filtraba los rayos de un sol tembloroso de invierno pero esa incipiente fuerza calorífica elevaba la inicial tibieza del típico ambiente grupal.
Ascendió en el firmamento y su presencia fue aumentando conforme cumplíamos las tres etapas de nuestro acogedor viaje. Un periplo entre montañas y pueblos que nos hizo rememorar la vida de aquellos antiguos pobladores siempre en marcha por caminos de herradura a lomos de jumentos y transportando en asnos los sacos de grano hacia el molino de Almazorre o las cargas de agua que en Betorz obtenían en el pozo fuente girando una manivela misteriosa por su eficacia a la hora de hacer brotar el agua.
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